martes, 26 de noviembre de 2013

La fragua de sueños

   Cuenta la leyenda que, allá arriba, en la dama del cielo nocturno, hay un templo, habitado por un solitario dios sin nombre. 
   El templo es una fragua, construida por él y para él. Él no es otro que el forjador de sueños. Recoge polvo lunar, lo muele hasta hacerlo muy fino y luego lo lleva a su horno. Allí, sobre un yunque de diamante, lo amasa, mezclándolo con pizcas de los cuatro elementos. Sus hábiles manos dan forma, luz y color a todo aquello que soñamos cada noche. Él conoce nuestros secretos más profundos, y es así como cada sueño, cada pesadilla incluso, está hecho a nuestra medida. Los crea, los trabaja con suavidad para hacerlos perfectos; cada sueño es único, y su valor es incalculable. Por último, una vez moldeados, los pule tanto como haga falta con infinita paciencia. Cuando cae la noche, abre las puertas de su santuario de par en par, susurrándole a cada una de esas pequeñas obras dónde dormita su dueño.
   Y parten en nuestra búsqueda a lomos de estrellas fugaces, huyendo del amanecer.

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