lunes, 27 de mayo de 2013

Un silencio triple

   Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba el silencio, un silencio triple.
   El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera soplado el viento, éste habría suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de la posada en sus ganchos, y habría arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las hojas caídas en otoño. Si hubiera habido gente en la posada, aunque sólo fuera un puñado de clientes, estos habrían llenado el silencio con su conversación y su risa, y con el barullo y tintineo propios de una taberna a altas horas de la noche. Si hubiera habido música... Pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.
   En la posada Roca de Guía, un par de hombres, apiñados en un extremo de la barra, bebían con tranquila determinación, evitando las discusiones serias sobre noticias perturbadoras. Su presencia añadía un silencio, pequeño y sombrío, al otro, hueco y mayor. Era una especie de aleación, un contrapunto.
   El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en el suelo de madera, y en los bastos y astillados barriles que había detrás de la barra. Estaba en el peso de la chimenea de piedra negra, que conservaba el calor de un fuego que llevaba mucho rato apagado. Estaba en el lento ir y venir de un trapo de hilo blanco que frotaba el veteado de la barra. Y estaba en las manos del hombre allí de pie, sacándole brillo a la superficie de caoba que ya  relucía bajo la luz de la lámpara. El hombre tenía el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
   La posada Roca de Guía era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era un silencio ancho y profundo como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.

    El Nombre del Viento-Patrick Rothfuss



¡De memoria! Soy un genio XDDD

viernes, 24 de mayo de 2013

En blanco

   Me planté ante el papel, sin saber qué escribir. Con la mirada perdida, apesadumbrado. Preguntándome qué había pasado con la inspiración que el día anterior me recorría, desbordándose desde mi mente. Lo que había sido una gran garrafa llena de clara y cristalina agua era ahora un mísero vaso de lodo turbio. Estaba en blanco. Sencillamente no salía nada de mi boli. Sentía la mano inútil allá, en el extremo del brazo. Nada.
   Pero entonces, llegó una idea. Recuperé el boli del rincón de la mesa al que lo había lanzado horas antes. Empecé a escribir. Uno, dos, tres renglones. Las letras comenzaron a fluir. Las notaba bajando por el brazo, manejando mi mano izquierda, moviéndola a un ritmo ágil y ligero. Y allí estaba, escribiendo todo un texto, sin escribir nada en realidad. Parecía una buena entrada y todo.
   ¿Y sabes lo mejor? Al final de ésta oración habrás terminado de leer ese texto.

Ojos

   -Disculpa, ¿puedes mirarme un momento?
   Alzó la cabeza. Y, una vez más, vi sus ojos. Esos ojos de un azul rugoso. Con un aro de lo que parecía ser... ¿marrón? No lo sé, la imagen es confusa. Sólo recuerdo que sus ojos brillaban como el Sol al alba, con una luz cálida y confiada. Me decían algo. No era rencor ni resentimiento, sino algo que no me esperaba. ¿Diversión?
   Pero pasó algo. Cuando los miré, fue como mirar el mar. Pero no un mar simple y banal como se suelen describir. Era un océano. La miré embelesado, abstraído, embobado —mi amigo me tiró de la manga, tenía prisa—. Mirar era como tener un tesoro. Como compartir un secreto inconfesable con ella. Desvió la mirada. Mi sueño se quebró. El momento había llegado a su fin.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Y se me pasan los días

   Y así, un día detrás de otro. Monótonos, indiferenciables entre sí. Nada cambia. Hago un examen. Leo. Hay bronca en casa. La vida sigue. Hablo con un par de personas. Me cuentan un chiste. Me río. Jaja. La vida sigue. Se me pega una canción que no me gusta. Juego al Buscaminas. Nada cambia. La vida sigue.    
   Ilusión se va, mejor dicho, quiere irse. No la dejo marchar. Si Ilusión se va, Vida se quedará a solas con el matón, Indiferencia. Si Indiferencia agrede a Vida, ésta degenerará en otro personaje, Rutina. Rutina es un ser aburrido, sin intereses, sin ganas, sin curiosidad, sin Amor. Amor. Jaja. Ése sí que es un pícaro. Va fastidiando a todos, y no por igual. Pero Amor tiene un algo. Ese algo es lo que hace que sea tan egoísta, pero es ese mismo algo el que hace que cuando se va lo eches en falta. Pero en fin. La vida sigue.
   Nada cambia.