Pero entonces, llegó una idea. Recuperé el boli del rincón de la mesa al que lo había lanzado horas antes. Empecé a escribir. Uno, dos, tres renglones. Las letras comenzaron a fluir. Las notaba bajando por el brazo, manejando mi mano izquierda, moviéndola a un ritmo ágil y ligero. Y allí estaba, escribiendo todo un texto, sin escribir nada en realidad. Parecía una buena entrada y todo.
¿Y sabes lo mejor? Al final de ésta oración habrás terminado de leer ese texto.
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Desde el equipo técnico comunicamos muy orgullosamente que puedes escribir aquí cosas.
Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
¡Prueba, prueba!