viernes, 24 de mayo de 2013

En blanco

   Me planté ante el papel, sin saber qué escribir. Con la mirada perdida, apesadumbrado. Preguntándome qué había pasado con la inspiración que el día anterior me recorría, desbordándose desde mi mente. Lo que había sido una gran garrafa llena de clara y cristalina agua era ahora un mísero vaso de lodo turbio. Estaba en blanco. Sencillamente no salía nada de mi boli. Sentía la mano inútil allá, en el extremo del brazo. Nada.
   Pero entonces, llegó una idea. Recuperé el boli del rincón de la mesa al que lo había lanzado horas antes. Empecé a escribir. Uno, dos, tres renglones. Las letras comenzaron a fluir. Las notaba bajando por el brazo, manejando mi mano izquierda, moviéndola a un ritmo ágil y ligero. Y allí estaba, escribiendo todo un texto, sin escribir nada en realidad. Parecía una buena entrada y todo.
   ¿Y sabes lo mejor? Al final de ésta oración habrás terminado de leer ese texto.

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Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
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