La cama hecha, el escritorio vacío, los juguetes ordenados. Ni un calcetín sin su par, ni un pantalón fuera de su sitio en la percha, en el armario.
La persiana subida, la luz iluminando su cuarto.
Piensas que jamás será feliz lejos del mar, pero tú no eres quién para decidir eso, ni quieres serlo. Te sientas con cuidado en el borde de la cama, intentando no mover esa maldita colcha que siempre se cae hacia un lado, y recuerdas las tardes de risas, las mañanas de agobios y prisas.
Suena el teléfono a lo lejos. Te levantas. No tocas nada. Cierras la puerta con cuidado.
