martes, 28 de marzo de 2017

jueves, 16 de marzo de 2017

Explicación de los "Diarios cualesquiera"

   Ha llegado el día de la explicación prometida. No es ideal leer esta entrada si no se han leído antes estas otras:

Diarios cualesquiera I
Diarios cualesquiera II
Diarios cualesquiera III
Diarios cualesquiera IV
Diarios cualesquiera V

   Bien, vamos allá.
   Esta serie de textos nace de una propuesta de escritura con una premisa un poco extraña: "Escribe un diario como si no hubiera tiempo". Cuando los leí por primera vez en voz alta, recién salidos del horno, fueron acogidos primero con estupefacción y luego con carcajadas de incomprensión (verdaderas carcajadas con alguna lágrima).

   El proceso fue el siguiente: traté de concretar un poco la propuesta, porque me parecía demasiado abstracta, y lo hice pensando en qué consecuencias podría tener que "no hubiera tiempo". Obviamente, si no hay tiempo como tal (es decir, que efectivamente el tiempo no avance), no tiene sentido plantear un diario, porque el diario se va construyendo y tiene sentido como progresión (un diario de un día, por largo que sea, no me parece un diario). Así que el tiempo sí avanza. ¿Qué podría hacer que "no hubiera tiempo"? Pues si hemos acordado que el tiempo sí se mueve, tendría que ser nuestra percepción el elemento disruptor, porque no hay más cosas que influyan.
   Ahora bien, ¿cómo alteramos nuestra percepción del tiempo? Primero, por supuesto, eliminando los marcadores que nos permiten orientarnos (léase "hoy", "mañana", "el mes pasado"...). No se pueden eliminar todos del todo, porque bueno, somos seres que viven en el tiempo y si no hablamos respecto al tiempo, no podemos hablar, no podemos contar cosas (sólo podríamos hacerlo bien en presente, bien en una cacofonía de tiempos verbales incoherentes). Pero entonces, ¿cómo marcar esa progresión característica del diario sin cuantificar el tiempo? Tachando rayas, claro está. Llevamos milenios tachando rayas para contar, aunque no sepamos muy bien qué contamos o qué sistema de numeración utilizamos. Y, ya que estamos, asignando cosas a cada entrada del diario, para hacer los eventos reconocibles, recordables.
   Claro, esta es otra de las consecuencias. Si no cuantificamos el tiempo y nos deshacemos de las marcas del ídem que nos orientan, entonces ¿cómo vamos a recordar bien? La mayoría de anécdotas comienzan con "el año pasado" o "el otro día" o "en mi decimocuarto cumpleaños" (por supuesto, los cumpleaños quedan totalmente fuera de contexto en nuestro mundo sin tiempo). Eliminado todo eso, sólo queda la intuición para ayudarnos a ordenar y recordar las cosas. Y eso es lo que intento simular en los textos: un aire de confusión, de poca claridad, de imprecisión. De ahí que los protagonistas no tengan nombre y las descripciones sean tan vagas (Aquí, Allí, él, ella): es que no se acuerdan.
   Volviendo a las asignaciones, pensé que era importante buscar cosas dispares, para hacer patente la ausencia de toda sistematización.

   El hilo conductor de todo es un viaje o una excursión, eso está claro. A dónde, no se sabe, porque quien escribe no tiene herramientas suficientes para describir el sitio (es más, ni siquiera sabe si ha ido o no), pero deja bien claro que quiere ir. Aquí era necesaria una figura de poder o autoridad que le guiara y acompañara, porque tal y como le hemos descrito, nuestro personaje no tiene muchas posibilidades de llegar a ningún sitio a solas (¿por desgracia?).

   Por último, el gran toque final. Quizá esté muy visto ya, pero el que el primer y el quinto diario sean el mismo tiene mucho sentido, no es un cliché que haya decidido utilizar sin más. Si se tiene atención al detalle, se observará que las entradas están subidas en días consecutivos, del 7 al 12 de diciembre. Si se presta todavía más atención, será curioso comprobar cómo contando esos mismos días, salen seis entradas y no cinco, que es el número de diarios. Bien, la idea es la siguiente: todos los diarios tienen más o menos el mismo espacio de tiempo entre ellos. Ese tiempo es el transcurrido en la realidad de quien escribe, que es más de un día, claro está. Los diarios avanzan un día (nuestro calendario real) tras otro hasta llegar al 11 y ese día la entrada no es un diario, sino otra cosa. El diario del día 12, como digo, es idéntico al primero. La idea que pretendo transmitir (sin colar algún comentario cutre en cursiva como "mucho tiempo después") es que, efectivamente, ha pasado más tiempo entre la entrada de diario IV y la V que entre todas las demás. De hecho, ha pasado tanto tiempo que se ha olvidado todo lo ocurrido en las otras entradas. "Pero eso no justifica que sean exactamente iguales", dice alguien. Bueno, la verdad es que sí. En un mundo sin memoria, tampoco es lógico esperar grandes cambios o, como en este caso, ningún cambio: ni en la forma de escribir, ni en los eventos que suceden, ni siquiera lo es en el elemento "aleatorio" que designa y supuestamente identifica de forma única la entrada de diario. Es decir: tiempo después, ocurre algo casi igual, desencadenando una respuesta igual, que es escribir una entrada de diario, una entrada de diario exactamente igual.

   Y poco más.

jueves, 2 de marzo de 2017

Deberes de mi curso de poesía #1

Mis primeros deberes del curso fueron escoger un poema que me impulsara a escribir y tratar de encontrar una respuesta, como un diálogo. Mi poema es una especie de respuesta a esto. Y esto es a lo que llamo el poema:





Yo quisiera irme (...).

Yo pertenezco a una tierra de ojos cerrados,
una tierra de contornos suaves
y adoquines blancos.
Allí las gotas caen despacio,
sin interés en llegar al suelo
(a veces sin saber si caen).
Hay todo el tiempo una música,
apenas audible:
una música que trae colores,
trae sombras de colores.
Allí los mapas tienen agujeros
de silencio
y todas las brújulas están imantadas.

Pero eso qué importa.
Nadie quiere ir.
¿Ir a dónde?
No lo saben.
No lo sé.

No hay camino.

Mis brújulas están imantadas.