lunes, 26 de mayo de 2014

La noche musitada

 Duerme, duerme ya la pequeña.
 Descansa, los ojos cierra.
 Deja que te lleve un agua que sube en sus brazos,
 que sube, abandona, cae, vuela,
 y canta o delira el color de los peces victoriosos.
 Y mira su gritar; el que, dulces, aúllan.
 Y como agua adorada, gritan.
 Saber; arder; sueño o pesadilla.

 Y siente esa tierra que cae.
 (Que cae como tú, como lo hacen las flores)
 Caen las criaturas, las pestañas, los barcos.
 Barcos soñados como eclipses transparentes.
 ¡Abismo o vida!
 ¡Porque los radiantes barcos adorados caen!
 ¡Caen como un agua, como una tierra!
 (Caen como caes tú)

viernes, 23 de mayo de 2014

Cruel

   Fue hermoso verla romperse. Había aguantado mucho.
   Pude sentir sus fibras tensándose más y más; yo las estiré. Golpeé fríamente sus puntos débiles. Los conocía, y los aproveché, apuñalándolos uno por uno, de forma mecánica, desapasionada. Era necesario.
   Agoté su vigor; convertí su resistencia en polvo. Lloró, y fueron lágrimas de desesperación. Era necesario.
   Arranqué de ella toda cordura y fuerza, hice de ella un amasijo de pensamientos inconexos y dolor. Doblegué su osadía; sometí su voluntad. Era necesario.
   Y, cual hoja reseca, se quebró.
   Era necesario.

   O quizá no.

domingo, 18 de mayo de 2014

Una tarea deshonesta

   Corría un invierno crudo como sólo los más viejos recordaban.
   El hombre esperaba, resguardado del viento en una esquina a escasos metros del muelle, arrebujado en su abrigo. El sonido del mar y las campanas de los barcos en la lejanía flotaban en el aire. La zona inferior del puerto no era un lugar agradable, pero precisamente por eso estaba allí. En la zona alta, y aunque ya había caído el sol, decenas de ricos comerciantes desembarcaban, y otros tantos guardias controlaban la zona.
   La Quilla, que era como se llamaba a los bajos fondos, era un sitio peligroso, y el lugar ideal para encontrar trabajos como el que le ocupaba aquella fría noche de invierno. No tuvo que esperar mucho más, puesto que un encapuchado penetró en la taberna que había estado vigilando de reojo. Pudo reconocerle porque una de sus mangas era roja, de un rojo que, aunque apagado, contrastaba con el resto de sus vestiduras, por lo demás negras.
   El hombre del abrigo se separó de la pared, caminando decididamente hacia el edificio bajo en el que el individuo había entrado. Cruzó el portón, dirigiéndose a una mesa muy concreta, reservada de antemano para el encuentro. Estaba algo apartada del resto, en un rincón en penumbra donde hubiera resultado difícil ser escuchado. Se sentó frente al hombre, que ya le aguardaba. Sólo le había visto en una ocasión antes, en el momento del encargo. Mientras lo medía con la mirada, el hombre habló con voz profunda.
 —Has cumplido con tu parte del trato.
 —Así es. He eliminado al objetivo. ¿Qué hay de mi recompensa?
 —Tendrás tu pago, tal y como acordamos.
 —¿Cuál será la forma de...
 —Silencio —interrumpió— Tanto como puedas soñar. Más del que jamás hayas visto. —Dejó una llave frente a él, una llave nueva y pesada.— Tómala. Ahora, largo.
   Sin discutir la orden, el hombre cogió la llave y se puso en pie, levantando el cuello del abrigo para no ser reconocido en el exterior, y salió.
   Afuera le esperaban dos fornidos marineros, delante de un carruaje. Le indicaron con un gesto que subiera, y así lo hizo.
   Tras unos minutos de traqueteo e inquietud, el carruaje frenó suavemente, y se bajó. Los marineros, desde el pescante, señalaron un caserón, agitaron las riendas y se marcharon.
   En la casa, el hombre profirió un silbido.
   El interior de la casa estaba repleto.
   Repleto de chocolate.