jueves, 4 de julio de 2013

La canción...

   Estaba agobiado, rodeado de gente. Todos se movían, y sonreían, y hablaban, completamente ajenos a mí. Me aparté a un rincón oscuro. Suspiré y saqué el reproductor de música. Cerré los ojos lentamente. Pulsé el botón.
   La canción apareció. Una canción tan suave que la sentía acariciándome, acunándome. Llegó con movimientos tiernos y dulces. Dejé que me envolviera, que me atravesara, dejé que formara parte de mí. Me perdí en sus ondulaciones, y en la brisa que transportaba la melodía. Era una canción hermosa, sin duda. Yo la escuchaba, distinguiendo las notas, dejándome llevar. La voz que la cantaba me hacía olvidarme de todo, y de todos. El estribillo, elegante y delicado, me estremeció, e hizo que el agobio que había sentido se fundiera como la nieve en una mañana invernal. Me sentí flotar. Notaba la canción en mi pecho, moviéndose a un ritmo susurrante, que fue haciéndose cada vez más complejo.
   Y cuando terminó, me dolió como hacía tiempo que nada me había dolido. Volví a suspirar y, con un pequeño toque, la magia volvió a comenzar, y así estuve hasta que esa tenue nana en que se había convertido mi canción me sumió en un sueño apacible, allí donde nada podría hacerme daño.

lunes, 1 de julio de 2013

El nombre de la historia II

   Fue como un fogonazo, deslumbrante. Un nombre. Y después del estallido en mi cabeza, nada. Sólo una sobrecogedora sensación de pérdida, de añoranza. Me empezó a doler la cabeza, y me dispuse a dormir para que la mente se relajara y los pensamientos se asentaran. Me dormí en seguida, y soñé. Casi me lo esperaba.
   Estaba sentado en una butaca, viendo una obra de teatro. Los de mi alrededor sonreían, y me hablaban. Se parecían entre ellos, pero no logré reconocer a nadie. Los actores parecían representar a niños. Era una buena obra, de eso me acuerdo. La obra acababa. Entonces, de repente, el escenario explotó. A nosotros no nos pasó nada, ya que no estábamos entre las primeras filas. Había algunos fuegos, y humo por todas partes. Como en una película, vi que una marea de gente empezaba a intentar huir.
   Yo no lo dudé. Me dirigí, saltando butacas, hacia los restos del escenario, y no fui el único. Tenía buena voluntad, pero no era ningún héroe, así que me animó ver a gente que hacía lo mismo. Empecé a ayudar a los que habían salido mejor parados, levantándolos, señalándoles la salida, y a los demás... Había lisiados, gente sangrando y arrastrándose para salir. Yo había levantado a una chica, que comenzó a seguirme, imitándome. Entre los dos conseguimos sacar a un grupo de cuatro asustadas señoras de debajo del telón hecho jirones, que, junto con su armatoste, había caído, sepultando a varios grupos como aquel al que acabábamos de guiar hasta la salida Acercándonos otra vez hacia las primeras filas, nos cruzamos a un hombretón  con aspecto de oso, que consiguió sacar una sonrisa débil pero sincera, pese a la situación. Le acompañaba una joven que, por lo poco que pude ver, y salvo por el pelo, que llevaba mucho más corto, era prácticamente igual a mi compañera. Entre los dos, cargaban con tres niños que lloraban desconsolados. Parecían especialmente preocupados por uno de ellos. Devolví la sonrisa como pude y continuamos avanzando. Para cuando llegamos de nuevo a la altura del telón, los recién llegados bomberos nos apartaron rápidamente hacia el grupo grande de gente.
   Yo, casi sin pensarlo, cogí a la chica de la mano. Nos miramos un instante y, cuando iba a retirar la mano, me devolvió el apretón.
   Sonreí tímidamente. Sonrió tímidamente. Y así empezó todo.

El nombre de la historia I

   Me desperté en una cama de hospital. Bueno, no sería justo decir que me desperté. Digamos que, después de vagar un tiempo indefinido por los rincones de mi mente, afloré a la superficie, y allí entreví, con los ojos semi cerrados, paredes blancas, y un sillón, además de una pila y una puerta que, di por hecho, daba a un baño. Estas cosas de izquierda a derecha. Y los aparatos, por supuesto. Decenas de aparatos médicos conectados a mis brazos, a mi pecho, a mi cabeza. No sé cuánto tiempo pasó, porque subía y bajaba, pasando de momentos de plena consciencia a largos ratos de inquieta duermevela. Horas o días después, ¿quién sabe? entró un hombre joven de blanca bata y amigable, aunque tensa, sonrisa. Nos medimos con la mirada, recelando el uno del otro, hasta que él decidió comenzar, y me dijo en voz alta:
-Hola, soy el doctor Wals.- Pausó.- James. Llevas aquí dos días y medio, más o menos, aunque - se retorció las manos con nerviosismo - creemos que hace más tiempo de tu accidente.- ¿Había dicho accidente?- Lo cierto es que es un alivio que te hayas despertado, porque no sabíamos qué hacer contigo.- Otra pausa.- Mira, te diré las cosas claras. No te has dado cuenta porque te hemos dado más analgésicos que a un elefante, pero si levantas la sábana, verás que tienes una herida bastante fea en la pierna.- Con esfuerzo, alcé la tela. Lo que vi me dejó helado. A través de la delgada pero resistente venda que me recubría la pierna, pude ver una mancha alargada de sangre. Aparecía cerca de la cadera, y bajaba hasta la mitad del gemelo, pasando por algo que debería haber tenido forma de rodilla, pero que, definitivamente, no la tenía. Muy despacio, bajé la manta, y todavía más despacio, miré al médico a los ojos.- Todavía no te hemos hecho las pruebas reglamentarias, pero, entre tú y yo, es probable que tengamos que amputar. Lo siento.- Una pausa algo más larga.- Una cosa más. Sospecho, y no creo que me equivoque, que tienes amnesia. No recuerdas demasiadas cosas, ¿verdad?.- Compuso una última sonrisa, lo más agradable que pudo, teniendo en cuenta la situación, y se marchó. Me puse a darle vueltas a sus últimas palabras, y algo hizo "clic" dentro de mí. Nombre, caras, lugares...
 No recordaba nada.
 Sólo una cosa.
 Iris.