martes, 29 de julio de 2014

viernes, 11 de julio de 2014

La calidez del final

   Habíamos estado rodeados de gente, pero ahora yo estaba solo. Habíamos paseado bajo la lluvia torrencial, dejando que empapara nuestra ropa y calara en nosotros. La piel agradecía el tacto frío de la lluvia y nuestras manos se habían entrelazado de forma casi fortuita, con naturalidad. Parecía como si aún pudiera sentir sus dedos apretando los míos.
   Completamente solo.
   Sólo me haría falta una hoja de afeitar, pensé. Y una carta, claro. Una carta a aquellos a los que mereciera la pena dedicar unas líneas. Sabía cómo lo haría.
   Llenaría la bañera con agua tibia y me desnudaría. Afeitaría mi cabeza y luego guardaría el pelo en un saquito de cuero. Los recuerdos me asaltarían entonces, pero yo los acariciaría con algo de melancolía y les diría que no me pertenecen; que son libres. Que la persona a la que una vez pertenecieron no existe, ya no.
   Me sumergiría despacio, muy despacio, sintiendo mi piel erizarse, y dejando que el agua me cubriera poco a poco. Alzaría el pequeño rectángulo de acero inoxidable frente a mí y me vería reflejado en él. Le dirigiría una mirada profunda y desafiante a mi reflejo. Retadora.
   Después, con una calma extraordinaria, extendería los brazos y hendería la piel a lo largo, dibujando, allí donde sólo había habido blanco, delgados caminos separados como riachuelos. Al mover los brazos los cauces se desviarían para trazar arcos imperfectos de carmesí líquido fluyendo en abanico.
   El agua, el agua se teñiría de rojo, creando formas extrañas a mi alrededor. Lentamente, se me nublaría la vista y mi cabeza quedaría inclinada, vencida por su propio peso. Entonces musitaría que la quiero.

   Quizá necesite una caricia.