-Vaya, no has dormido bien, ¿verdad?
-Hola.- Mi voz sonaba ronca.- Digamos,- empecé, forzándome a utilizar mi humor negro- que me he levantado con el pie izquierdo.-Señalé la pierna que me tenía confinado en aquella habitación.- Bien, ¿pasa algo?
-Lo cierto es que sí. Además de tu preocupante recaída en el sueño, ha ocurrido algo. Ayer, en la hora de visitas, la cámara grabó a una chica.-El corazón me empezó a latir con fuerza, mi cerebro trabajaba a toda velocidad.- Tenía el pelo largo, muy oscuro. Media altura. No sabemos qué quería. De alguna forma averiguó dónde estabas y se coló aquí. Después de mirarte largo rato desde la puerta, entró, te habló al oído, hizo algo en tu mano y se marchó como alma que lleva al diablo. No despertabas y, en cuanto a tu mano, estaba rígida. No sabemos qué pensar, la verdad-; esperó unos segundos, como invitándome a decirle lo que supiera. Pero no lo hice.- Ahora me voy, imagino que tendrás que ordenar tus ideas.
-Doctor,- dije antes de que se marchara- ¿puedo pedirle un favor?
-¿De qué se trata?
-Si esa chica vuelve... No la detengan. Es importante.
Titubeó unos segundos, su cara de pronto asaltada por una especie de nerviosismo.
-Bien, haré lo que pueda. Ya te dejo.
No le di mayor importancia a su forma de actuar y, cuando se hubo ido, apreté la mano, estrujando algo. Recostándome de lado, acerqué la mano y la abrí, dejando caer ese algo entre las sábanas.
Era un colgante. Una cadena plateada con una tuerca. No había cierre.
Tan sólo una cadena. Con una tuerca. Sin cierre.
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