Es duro ver cómo aquello que, hace no tanto, defendías con fiereza, creías con confianza absoluta, se deshace de repente. Te das cuenta de que vivías con los ojos velados y la flor que tan bella te parecía, cuyo olor te embriagaba, te resulta ahora mustia, vieja. Las palabras que antes te guiaban y reconfortaban son ahora poco más que una carcasa vieja, vieja y vacía. Te das cuenta de que lo que creíste era parcial, sesgado, incompleto, fútil, quebradizo.
Y duele, no sólo porque descubres que vivías en una mentira y la amabas, sino porque ahora no sabes qué flor oler, qué palabras creer, en quién confiar. Qué amar.
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Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
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