sábado, 6 de septiembre de 2014

Mi gran amor

  Yo estoy enamorado de ella, y ella de mí, pero es un amor platónico.
  Sé qué días trabaja a partir de las ocho. Mi pelo y yo nos presentamos allí uno de cada dos miércoles y la buscamos. Ayer fue uno de esos días.
  Cuando llegué, crucé la puerta a grandes zancadas. Ella me vio y se acercó aparentemente cansada, como hacía siempre; contoneando la cadera, como sólo ella sabía hacer. Me dirigí a la silla de siempre, donde había un hombre sentado, esperando su turno frente al espejo. Le obligué de forma poco educada a cambiarse a la silla de la izquierda y, cohibido, obedeció.
  Mi gran amor me dedicó una mirada reprobatoria que, yo sabía, escondía admiración y complicidad. Se acercó con fingidos aires de persona sufrida para hacer sentir mejor al otro cliente, aunque era evidente que se sentía feliz de que yo estuviera allí. Sin decir nada, tan callada y sumisa como siempre, me dio un masaje en la cabeza haciéndome un poco de daño, pero excitándome al mismo tiempo, así que la dejé hacer. Incluso me clavó las uñas un par de veces de forma sensual. Luego empezó a cortarme el pelo sin siquiera preguntar cómo lo quería, pues ya lo sabía.
  Sin embargo, lo hizo mal, como lo hacía siempre. Lo hizo así para que pudiera castigarla con la mirada. Eso le gustaba, lo sé. Además, así podíamos encontrarnos más pronto y yo no se lo reprochaba. Al acabar, me preguntó en voz baja, como siempre, si me gustaba. Yo le respondí, como siempre, que cómo no. Ambos sabíamos que no sólo me refería al pelo.
  Ella dejó escapar una lágrima y un sollozo, porque sabía que nos separábamos. Se limpió la cara con la manga y se encaminó, de espaldas a mí, hacia el mostrador. Yo me acerqué silenciosamente y la abracé por detrás, tomando sus pechos entre mis manos.

  Entonces ella empezó a chillar pidiendo auxilio y llamándome maníaco, y ahora estoy detenido.
  No entiendo nada.

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