martes, 3 de diciembre de 2013

Su voz

   Tumbados en la hierba, el uno junto a la otra, ella empezó a leer.
   La atención de él fue robada desde el primer momento, y sus ojos se cerraron en un gesto de respeto y admiración. La rodeó con sus brazos, sus manos acariciando gentilmente la lana de su suéter. Según ella leía, él la abrazaba con más fuerza y, necesitado de ello, enterró la cabeza en su pecho, todavía escuchando.
   Pasó el rato y, aunque ella terminó de leer, la magia no se desvaneció. El agarre de sus brazos se aflojó un poco; ella pudo notar cómo él se estremecía. Y, poco a poco, y con pesar, se separaron. Él abrió los ojos y dirigió su mirada a la cara de ella.
   Una mirada con pequeñas lágrimas, que le contó todo lo que quería decir, pero no era capaz de expresar; todo lo que pensaba, pero no debería pensar; y todo lo que sentía, pero no tenía permitido sentir.

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