martes, 31 de octubre de 2017

Hipoxia

Las diez menos cuarto. Estoy perdiendo el control, lo noto. Mi cuerpo se lava los dientes. Yo miro como en una película, sin hacer el más mínimo movimiento. Se mete en la cama y miro el reloj por última vez. Pierdo la consciencia y las siete y veinticinco: el reloj ha cambiado y ahora está en una pared a treinta metros de mí. Mi cuerpo expulsa todo el aire y se sumerge. Ocho, diez, doce brazadas.  Me ahogo. Trece brazadas. Los músculos pesan cada vez más. Se me nubla la vista y las tres menos diez. Ahora el reloj es un panel en la boca del metro. Mi cuerpo pasa como una exhalación. Oigo al entrenador gritando a lo lejos que respiremos cada veinte brazadas. La siguiente sin respirar y las ocho y cuarto. Tengo un papel delante y todo el mundo está en silencio, mirándome. Mi cuerpo se frota la cara y vuelvo a  ir en bici contigo. Más silencio. Dices algo, pero no puedo oírte. Me vibran los oídos. El tráfico ensordecedor. El dolor de cabeza en aumento y las dos y treinta y siete. Mis manos sueltan el libro, que cae sobre mi cara y una de las esquinas se me clava en el ojo. No grito, no puedo gritar. No puedo moverme. Dos y treinta y nueve y mi cuerpo desnudo frente al espejo. La piel pálida, la boca formando una línea recta, la ceja del ojo sangrante enarcada. El ojo escarlata y la sangre resbalando por la cara, por el pecho, por el vientre, por la cadera. Parte de la sangre se queda acumulada en la rodilla. Mi cuerpo se inclina con extrañeza y toma un poco con el dedo. Mientras la miro, sigue goteando de mi ojo y crea ahora un charquito en el suelo.
Me llevo los dedos a la boca. Dos menos cinco. Ya sólo veo por un ojo y tengo en la boca la otra mano. No siento la otra; noto el brazo cada vez más ligero.
Tres y diecinueve. Ya sólo hay sangre. Vuelvo a respirar.

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