Le hacía gracia la forma en que todo se quedaba paralizado, congelado, como si pudiera parar el tiempo, extender la mano y tocar aquel instante capturado, jugar con él. A veces pasábamos horas hablando, muy quietos, en algún lugar. Disfrutando de la compañía y esperando a que llegara el momento apropiado, el momento justo y exacto en el que todo estaba como debía. Aunque eso no significaba que tuviera que ser 'perfecto'.
Le daban miedo algunos fotógrafos famosos, con sus retratos impactantes, con sus escenarios y situaciones simplemente perfectas, con todo controlado y estático. Les faltaba algo, las cosas no podían ser así. Sus fotografías vibraban con ese algo.
También le gustaba fotografiar trozos, secciones, cuadrantes. Dos pétalos de una flor. Un pedestal unido a dos pies de piedra, o una parte de arco o muro o árbol. Una barbilla, o quizá medio flequillo, con sus correspondientes ojo y ceja. «Está completa —decía—. La belleza no exige la simetría. Si no me crees, mira a Edgar Allan Poe».
Más tarde, nos sentábamos en una cama que alguien había puesto en la azotea y creábamos situaciones insólitas. Recortábamos todo aquello que nos gustaba e intentábamos combinarlo. Dividíamos lo recortado en partes más pequeñas y les dábamos la vuelta a algunas. El toque final era añadir una fotografía nuestra, y las hubo de todas las actitudes, muecas y sonrisas posibles. Juntos, conseguimos transformar la realidad, escondiendo en álbumes nuestros mundos secretos y preciosos, nuestros refugios improbables.
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