sábado, 16 de agosto de 2014

Dos extraños

   Había un joven. Caminó unos cientos de metros por la playa y se sentó lejos de la orilla, en la arena seca, sintiéndose casi tan polvoriento como ésta.
   Era una noche única. El mar estaba embravecido; la luna brillaba con fuerza en el cielo del sur; y al norte los relámpagos de una tormenta iluminaban unos negros, gigantescos nubarrones que se acercaban.
   El joven contempló impasible aquel espectáculo. Toda aquella belleza. Miró las olas con semblante sereno, intentando con todas sus fuerzas captar una chispa de emoción, de sobrecogimiento, quizá incluso de miedo. Intentando llorar, gritar, enfurecerse. Intentando sentir algo. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano: no logró un parpadeo, una mísera lágrima.

   Dirigió una mirada cansada hacia el cielo, cerca de la luna. Justo entonces, pasó una estrella fugaz por aquella franja del cielo oscuro. Se levantó y echó a andar por la orilla.

   Al cabo, encontró a una mujer, también joven. Se acercaron lentamente, como lo habrían hecho dos animales temerosos, pero de pronto sus ojos, los ojos de dos desconocidos, brillaron en señal de reconocimiento. Sin mediar palabra, se tumbaron en la arena y se besaron. Ella no era perfecta; tampoco lo era él. Sus besos sabían a soledad, a melancolía, pero eran suaves bálsamos para su mutuo dolor.
   El la miró a los ojos y le dijo que la amaba.

   Después se separaron, cada uno por su lado, y ambos pidieron el deseo.

2 comentarios:

  1. Me encanta pero no entiendo el final, ¿Qué quieres decir con que ambos pidieron el deseo?

    ResponderEliminar
  2. Gracias por comentar, Mirita :D
    Quizá fuera el mismo deseo, quizá no. Sinceramente, prefiero dejar a cada uno que decida qué pidieron.
    Siempre puedes pensar que es un secreto ;)

    ResponderEliminar

Desde el equipo técnico comunicamos muy orgullosamente que puedes escribir aquí cosas.
Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
¡Prueba, prueba!