lunes, 17 de febrero de 2014

Histeria

   En las profundidades, una figura extraña y oscura, gigante y terrible, comienza a desperezarse entre las sombras. Los demás seres huyen, despavoridos, pero no pueden escapar de su desesperada ira, de su ansia de sufrimiento.
   Mientras se mueve, en la negrura fluye la sangre a ríos, porque la desalmada bestia sangra: sangra por las fauces, los ojos, la cola y los costados.
   Se mueve veloz, baja cayendo en picado, da bandazos tratando de evitar la muerte, pero su fin ya ha llegado.
   Las heridas dejan de sangrar, convirtiéndose en cicatrices abiertas. La piel del monstruo se rasga en pedazos, para dejar al descubierto un nuevo engendro, que ataca con furia mayor que el anterior, y, en mortífera danza, asesina al ritmo de una melodía infernal, vuelve truculenta el agua haciéndola rebosar de cadáveres.
   Y, enloquecida, pero endiabladamente armoniosa, la criatura se pierde con su demencia hacia el abismo al que se abre la sima.

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