lunes, 28 de octubre de 2013

Pinos

   Planteemos la situación. Hablemos de algo intrascendente y, a la vez, llamativo. Supongamos que viajas en un autobús con un amigo. Hace rato que habéis dejado de hablar, y ambos estáis ansiosos por seguir. ¿Por qué? Buena pregunta. La mayoría de la gente no se siente cómoda con el silencio, así que intenta entablar una conversación, por banal y forzada que ésta sea.
   Volviendo a nuestro ejemplo, el autobús bordea una gran extensión de tierra. Se divisa un caserón a lo lejos, con una hilera de árboles. En ese momento, ambos encontráis algo que decir. Por supuesto, el tema a comentar es algo que ha llamado vuestra atención; la arboleda. Así que uno de los dos, el más rápido o el más nervioso, se arriesga y dice algo parecido a:
   "¿Has visto los pinos?"- señalando con la cabeza hacia la casa. ¿Por qué digo que se arriesga? Es sencillo. Si ninguno de los dos sabe mucho sobre árboles, lo cual es probable, entonces no hay problema. El hecho es que probablemente los árboles no sean pinos y que el valiente, pese a haber clasificado los árboles como tales, no sepa a qué especie pertenecen. Lo más curioso del asunto, el quid de la cuestión, es que los dos sois perfectamente conscientes de que no son pinos, y aun así, con el mero fin de reducir la incomprensible tensión que os causa el silencio, ambos aceptáis como cierta una falsedad.
   Ahora queda la parte complicada, la que requiere de acción mutua. El que no ha hablado debe olvidar lo ocurrido, para ahorrar al otro la vergüenza de saberse descubierto. El que ha hablado mirará para otro lado, aparentando indiferencia, pero esperando que su compañero borre ese momento de su memoria cuanto antes.
   Y así acaba este suceso, una parte inservible de tu vida, uno de esos errores absurdos que, te guste o no, repetirás.

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